En
la década de los 90 se instaura, en la Comunidad Vasca, lo más cercano a lo que
denominamos la Renta Básica (RB): la Carta Social. Este nuevo “derecho económico social” respondía a una
reivindicación de los distintos movimientos social, que, frente a los
sindicatos de clase, luchaban por la instauración de ese derecho de ciudadanía.
Siempre
hemos defendido la necesidad de dicho derecho, y lo hemos defendido
inclinándonos por un modelo fuerte del
mismo. Un derecho que permite la emancipación social y que creemos que debe ser
conquistado por la colectividad y
desde la sociedad civil, a pesar de ser un derecho individual
.
Movimientos Sociales
y Sindicatos
En
plena Revolución Industrial apareció en Gran Bretaña el movimiento conocido
como el cartismo. El movimiento
obrero aparecía en la escena política reivindicando no sólo sus derechos
económicos, sino también los políticos. En dicha etapa los sindicatos son
movimientos sociales que buscaron el espacio público para ejercer el demos. Movimiento social, que junto a
los primeros partidos de izquierda consiguieron desenmascarar al capitalismo
naciente.
Con
el tiempo el sindicalismo entra a formar parte del aparato del estado, sus
direcciones se encuentran inmersos en el juego “democrático” de justificación
del capitalismo. El mismo León Trotsky
en un excelente análisis confirma que “hay una característica común, en el
desarrollo, o para ser más exactos en la degeneración, de las modernas
organizaciones sindicales de todo el mundo; su acercamiento y su vinculación
cada vez más estrecha con el poder estatal” [Los sindicatos en la era de la decadencia capitalista]
Aunque
no es el tema de este post, hay que decir que el análisis de Trotsky continúa siendo vigente en la
etapa del capitalismo tardío. Pero a
esto se debe añadir ahora el “abrazo a la ideología burguesa”. Ya no se
utilizan los conceptos de clase, aceptando el neolenguaje burgués de globalización o mundialización. Sus direcciones burocratizadas se ven inmersas en
la rueda de la maquinaria capitalista, no hablando ni propugnando ninguna
alternativa al sistema, prefiriendo refundarlos para que tenga un “rostro
humano”.
Es
verdad que se han atisbado distintos movimientos que el pretenden que el
sindicalismo recupere su carácter de clase; desde los Cobas, hasta las
distintas luchas sociales del movimiento obrero (Delphi, Puertollano, la TBM,
etc.)
Frente
a lo dicho y ante la internacionalización
del capital bajo el dominio de la ideología neoliberal han aparecido nuevos
proletarios: los trabajadores pobres se
encuentran sin derechos. Pero,además, nos encontramos con los “invisibles”, los
“marginados”, los “excluidos”.
Nuevos Derechos
A
lo largo del último tercio del Siglo XX, los Nuevos Movimientos Sociales reivindican una serie de nuevos
derechos, entre los que sobresalen el derecho a la Renta Básica. Sin embargo, dicho derecho va a encontrar
detractores, incluso en la “izquierda radical”. Daniel Bensaid nos dice que los defensores fervientes del “derecho de ciudadanía” o “asignación universal” provienen de otra
perspectiva. Ya que defienden que sería necesario la emergencia de un sector
“cuaternario” no mecanizable, de trabajo libre y de la integración social por
las actividades socializantes por excelencia [ChristopheAguiton, Daniel Bensaid, Le retour de la question sociale]
Detrás
de la crítica existe una parte de razón, ya que en principio los defensores del
nuevo derecho pretendían sustituir la lógica productivista por la lógica de la
actividad. Ahora bien, esto es lo que defendían los seguidores “liberales”, y
por tanto los defensores de un “modelo débil” de la Renta Básica. La crítica tenía razón en el sentido de que no se
puede separar la conquista de este nuevo derecho de la existencia del mercado de trabajo y de todo lo que ello
conlleva. Por consiguiente, nunca se puede tomar la RB como un fin en si mismo. Por dicha razón, D. Bensaid concibe la RB
como una especie de caridad frente el desempleo. Y vuelve a tener razón en su
crítica al modelo débil liberal cuando en una obra posterior afirma que: “En una lógica liberal, los ejercicios del
cifraje de una asignación universal que sustituya a los mínimas sociales
conduce a institucionalizar una nueva plebe de excluidos, abocados en el mejor
de los casos a la RMI y a los juegos
televisados. La zanahoria de la renta
universal se transforma entonces en máquina de guerra contra la seguridad
social” [Daniel Bensaid, Le sourire du Spectre]
Este
debate va a llegar hasta nuestros días. Debate entre un nuevo derecho y/o
derecho al trabajo. Desde nuestra perspectiva no son contradictorios y diríamos
incluso que podría llegar a ser complementarios en un programa económico
radical. De todas formas, si el debate se produce, quizás sea porque desde la
izquierda todavía nos encontramos inmersos en una lógica que no debería ser la
nuestra. Y porque además estamos confundiendo el trabajo con el trabajo
asalariado. Hemos aceptado la “lógica del capital” y la idea de la
posibilidad de que algún día puede volver lo que durante los Años Glorioso del
pacto keynesiano conocimos como “pleno empleo”.
Podríamos
hablar de cómo ha evolucionado el “trabajo asalariado”; como un capitalismo
senil ha “flexibilizado las
relaciones sociales. Lo que ha supuesto un asalto al “bienestar” y una dejación
de funciones por parte del Estado. Por decirlo de otra manera, de cómo una contractualidad central ha erosionado
los derechos hasta convertirlos en mera caridad. El “derecho a la existencia”
ha sido supeditado completamente al derecho sacrosanto de la propiedad. Este
capitalismo senil ha hecho que el fordismorompa
unilateralmente el “compromiso social” creando zonas de incertidumbre y de riesgo.
Una ruptura que ha supuesto ante todo una profundización
de las relaciones capitalistas produciéndose un punto de “no retorno”.
Quizá por esto algunos economistas radicales [marxistas] opinan que es
imposible la vuelta al “pleno empleo”. Es lo que nos dice Michel Hussonal final de uno de sus artículos: “El retorno a un capitalismo regulado
(fordista, o keynesiano) es imposible sobre la base material, a saber, los
incrementos de productividad superiores a su media histórica, están fuera de su
alcance. El capitalismo neoliberal no ha conseguido llevar a cabo una nueva
adecuación entre sus exigencias propias y la estructura de la demanda social.
Por lo demás, la mundialización obstaculiza la coordinación entre las burguesías
basada en algún tipo de compromiso hostil a las finanzas” [La teoría de las
ondas largas y la crisis del capitalismo contemporáneo]
Este
capitalismo senil ha desestabilizado la relación salarial, inclinando la
balanza hacia otro tipo de relaciones que profundizan la dominación y el
sometimiento del proletariado. Aunque no sea el eje de este post, queremos
decir que el capitalismo senil ha profundizado la división entre el
proletariado, creando nuevas capas que aparecen sin derechos: nos estamos refiriendo
a lo que ya se conoce como el precariado.
Esto
hace aparecer otro tipo de conflictividad en las relaciones sociales. El
capitalismo se aprovecha atacando a la colectividad [al sindicato] y
profundizando la individualización de las relaciones. El ataque al sindicalismo
de clase se basa en la falacia de afirmar que aquellos “sólo defienden a los
trabajadores fijos”. Por otra parte el capitalismo se aprovecha a su vez para
chantajear al sindicato y a los trabajadores fijos, acusándoles de ser unos “privilegiados”.
La Lucha por la
Renta Básica
Todo
este proyecto del capitalismo tardío ha conllevado a erosionar las relaciones y
a un retroceso de los derechos sociales. La creación de un desempleo estructural conduce a la ideología neoliberal (hoy
dominante) a recurrir a la economía neoclásica, sobre todo a Malthus; a su concepción antropológica.
Llegando a culpabilizar al parado. El parado es la “clase marginal”, la que
puede ser excluida. Se vuelve invisible a esa clase obrera Y qué mejor que
enfrentarla a la ola de “trabajadores pobres”. Y esto tiene un objetivo
fundante para la nueva sociedad: “la
cruzada neoliberal pasa por negar la existencia de la propia clase trabajadora,
que durante tantos años ha luchado por sus derechos como una auténtica fuerza
política. Para ello, se utilizan mensajes como el que dice que “todos somos
clase media”. Naturalmente, ese “todos” excluye a las personas más
desfavorecidas, que no podrían en ningún caso ser consideradas clase media por
su situación, a todas luces marginal… La imagen que se venden sobre los pobres
es que tienen un comportamiento irresponsable y reprobable que no se ajusta a
los estilos de vida aceptados que comparte la respetable clase media” [Isabel Torre, La criminalización de la
pobreza al servicio del neoliberalismo].
Es
normal que dicha situación fuera a estalla. La socialdemocracia, desde la
década de 1980 intenta remediar esta situación mediante la institucionalización
de la Renta Mínima de Inserción (RMI), que son “subsidios familiares y condicionados
a una contraprestación”. Subsidio que no superaba ni la “trampa del paro” ni la
“trampa de la pobreza”.
La
situación en el Reino de España todavía ha sido peor. No hay que olvidar que
cuando la socialdemocracia francesa (en los 80) introduce la RMI la vincula a otra política de la
izquierda como es la RTT. Cosa que
no ocurrió por estos lares. Además, el Estado de las Autonomías resolvió que
dicha política dependía de las distintas autonomías y no del Estado. Por otra
parte, en parte por la nueva división del trabajo, que aceptamos con nuestra
entrada en la UE, nuestra estructura productiva es más débil que países como
Francia. Quizás por esto la flexibilidad del mercado laboral creó más
distorsiones profundizada por las ETTs.
Nuestra inserción en el mercado internacional permitió una bajada salarial
profunda con la precarización de la
vida.
Era
preciso que llegara el enfrentamiento. La aparición del precario supone “un
trabajo sin derechos, con incertidumbre y riesgo”. Los derechos laborales en peligro
de extinción. De ahí que en el momento de la aparición del 15M y más tarde el 22M se
abriera el horizonte. Las cosas ya no pueden continuar igual. Los indignados ocupan el espacio público
exigiendo nuevos derechos ya que no son
mercancías.
Desde
esta perspectiva de los Nuevos
Movimientos Sociales podemos hablar de nuevos derechos. Pero siempre
partiendo que ni la Renta Básica ni
el Trabajo Garantizado son la
panacea, ni son un programa económico. Ya
Juventud Sin Futuro tenía
clara las cosas cuando en su lucha contra el capitalismo senil defendían
que “frente
a este modelo de capitalismo basado en la especulación, se debe reivindicar que
el acceso a la vivienda digna, entendido como alojamiento y no como propiedad,
sea un derecho universal, reclamable y equiparado a otros derechos
fundamentales como la educación y la sanidad”
Es
verdad que la RB tiene y tendrá
detractores. Pero consideramos que todo puede cambiar. De hecho así ha sido.
Pensadores marxistas como Alex Callinico,
después de criticarla, sobre todo porque no consideraba que el “Principio de Diferencia fuera un
principio de justicia adecuado para fundamentarla. Al mismo tiempo en su libro
“Un Manifiesto Anticapitalista” vincula
la introducción de la RBa toda una plataforma política entre la que incluye: la reducción de la semana laboral, el
restablecimiento de los controles de capital y la defensa de los servicios
públicos.
Pero
incluso en el panorama político español los compañeros de los círculos Podemos Por el Socialismo siguiendo el
lema de Renta Básica o empleo vincula
también la introducción de la RB a
todo un programa económico entre lo que destacan: repudio de la deuda pública, reparto
del empleo sin rebaja salarial, supresión
de la precariedad, escala móvil de
salarios, nacionalización de la banca
y sectores estratégicos de la economía, etc.
En
conclusión decir, que concebimos la RB
como un nuevo derecho de ciudadanía que puede terminar con la pobreza. Un
derecho que justificamos desde una teoría de la justicia más universal que la
representada por la Teoría de la Justicia de Rawls. Nos referimos a una Teoría
de la Justicia Social incluya tanto
la justicia política, como la justicia social único modo de conseguir
una libertad real que ponga los
medios para una participación política en democracia.
Javier Méndez-Vigo
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